Imborrable, así fue; la pesadilla de esta noche, de la pasada o de la que sigue... siempre es la misma.
Estaba recordándote cuando de entre las sombras pude verle, estaba parado delante de mí, tenía en la mano el Libro Infinito que una vez Borges escondió en la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. En su mano derecha traía el Zahir, que era tu fotografía... al caer me vi caer, una y otra vez miré mi rostro compungido por el miedo, con el corazón aterido, atado a un recuerdo que apenas se me escapa y lo olvido. Me fije en el fiero alfil, en la mano que movió la mano y comprendí en ese instante que Dios creó al Hombre para que el Hombre creara a Dios... ¿o fue al revés?
Incontables espejos me ataron a las sombras y el viejo ciego heresiarca escribió con las runas sagradas dos nombres y el mío, los nombres imperecederos en el tiempo y el espacio; repetidos en los tigres, en los flameantes ojos de Dios, la desgracia es que no pude leerlos ni ver qué otro nombre se entrelazaba al mío sin tiempo ni espacio; pero no dudo que sea ese nombre.
Entonces de entre el sueño traigo conmigo su sombrero, tomo un trago de Brandy para despejar mi corazón y tranquilizar mis nervios. Es cuando entras tú en mis sueños, con la mirada clavada en las sombras mueves tu cabello y te hablo, digo tu nombre y miro tu rostro que es todos los rostros... trato de huir pero me es imposible, el viejo ciego heresiarca me tiene asido con una mano y me señala la página en la que está descrita mi tormentosa muerte un diez de julio del 2044 en el hotel contiguo a la calle Toulouse-Lautrec; Ignoro si existe esa calle en algún punto del universo, ignoro también en qué punto del universo me encuentro. Lo miro y me veo a mí mismo ciego y perdido en algún callejón de Nápoles, sosteniendo la mano de un hombre en la Ciudad de México, entonces me doy cuenta que soy el tercer hombre: el que nunca estuvo en el sueño... Algo extraño ¿no lo crees?
Digo que es un sueño para poder contarlo; ahora sé que no lo es y lo digo para poder escribirlo y que nadie me crea...
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