lunes, octubre 23, 2006

En la oscuridad de tus ojos

En la oscuridad de tus ojos.
Te cojo las manos, y mi corazón, buscándote a ti, que siempre me eludes tras palabras y silencios, se hunde en la oscuridad de tus ojos.
-Tagore-

... “Simple y sencillamente ya no más”... Pensó al dirigirse a la puerta. El suave viento helado movía su cabello oscuro y lo estampaba contra su rostro.
En la noche pensó en su mirada y su cabello; en su esbelta figura y su bella sonrisa... la llamó “An...”sin atreverse a pronunciar otra “A” u otra “N”; pero no supo si ese era su verdadero nombre.
Caminando por la acera, se consumió en pensamientos de ternura hacia ella. La fuerte lluvia le obligó a refugiarse en un café.

«Elogio a una Locura...

Eres la otra mujer; aquella que no existe...
La que camina entre sueños y se muestra entre sombras.
La que nombro entre signos descritos en profundas cavernas.
La que vuela escondiéndose entre nubes, formando tormentas.
La mujer que se desdobla para transformarse en otra.
Con el mismo signo tatuado en el cuerpo; las mismas ansias de sangre.
La mujer que se repite incesante; una y otra vez; temiendo a la luz.
La mujer Luna y la mujer Noche. »


...Guardó la servilleta en su bolsillo, salió del café y comenzó a caminar lentamente, a enfrentarse a la noche, a morir en ella.

Al llegar a su fría habitación, lloró con la noche hasta que fue sometido a su dominio y durmió.


...En su sueño, él, se encontraba perdido en un desierto.
Frente a él se encontraba una antigua ciudad desierta y derruida. El sol se hallaba en lo alto de su gloria y la luna opaca se veía lejana e inalcanzable; su cuerpo se hallaba tatuado con los signos rojos y negros de la escritura sagrada; su atavío era blanco con un cordón dorado amarrado a su cintura. Aún no terminaba de reconocerse cuando el sonido estridente de una trompeta hizo temblar el desierto; él, con las manos en los oídos, trataba de que el sonido no le hiciera temblar el corazón. Al mirar hacia el cielo miró cómo dos veces una miríada de Ángeles se aprestaban a la lucha para combatir a un enemigo implacable.
De entre el terremoto causado por la trompeta, surgió de las entrañas de la tierra un gran dragón de color escarlata que tenía siete cabezas y diez cuernos y sobre cada cuerno una corona. Montando a la bestia estaba una mujer vestida con ropaje púrpura y escarlata, adornada con oro y piedras preciosas, en su mano derecha llevaba un cáliz de oro y en su izquierda un gran libro, el Libro de la Desolación. Su rostro se contrajo de la angustia, aterido por el miedo no pudo más que reconocerla, era ella.
Lentamente se encontraron uno frente al otro; él, de rodillas, cayó pidiendo su mano, ella, sentada en la bestia, vaciaba su copa sobre él. Al sentir el contacto suave del vino sobre su piel no pensó en el miedo pero... Los signos y símbolos tatuados por todo su cuerpo comenzaron a borrarse, las letras que formaban su nombre comenzaron a desaparecer pausadamente, las palabras que se referían a su corazón se borraron por completo pero la carne quedó viva con la misma figura de las letras sobre su pecho; la palabra “Hombre” se iba sin dejar huella visible de nada. Todo se borraba: primero un Alef, segundo Bet, Guimel, Dálet, He, Vau... Ella ponía su infame nombre sobre él y él se dejaba encadenar por una mirada, por una sola mirada sin significado, sin sentido... con los símbolos olvidados y los signos deshechos, ató sus manos a la soga que ella le tendía.
Por primera vez él se sintió esclavo; miró a su dueña pero ella miraba hacia occidente, hacia una lejana estrella.
La Luna completamente roja, emergía ahora de las ruinas; marcada, se elevaba hacia el cielo y despojaba al sol de su trono celeste. Ella tomaba el cáliz de inmundicia y lo arrojaba hacia las ruinas.
Angustiado, miró a la espada que ya había sido mellada por otra bestia en otro tiempo; la estrepitosa risa de la mujer hizo retumbar el cielo y él se dio cuenta que la estrella de occidente se acercaba y que la Luna caía a la tierra pero ya sin el nombre Luna sino con el nombre “Ajenjo”...

Despertó. La pesadilla se desvanecía poco a poco al olvidarla. Tan sólo quedó su imagen, la de ella; la de sus ojos.
Lejos de la pesadilla recordó su nombre pero no logró articularlo por temor a que alguien le oyera, a delatarse aunque estaba completamente solo.
“Rumpelstinsky” Pensó para después reír un poco.
Al otro día no recordaba el sueño pero sí a ella. No recordaba el color de su mirada pero la hacía negra: Recordé el color oscuro de sus ojos, la delicadeza de su rostro y su risa. Recordó más la oscuridad de tus ojos que ningún otro rasgo; entonces comprendió con miedo, que estaba enamorándose; que seguía perdido en el laberinto eterno de una mujer; perdido en la oscuridad de tus ojos...

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